Todavía habla


 
Sabrás, estoy segura, que estas notas provienen no solamente de mi propia experiencia de matrimonio. Ellas vienen de toda una vida, la mayoría de la cual he sido soltera—como sabes, he estado casada apenas una porción de mi vida—. Estas notas vienen de ser una mujer, y de procurar—soltera, casada o viuda—ser una mujer de Dios. 
 
Elisabeth Elliot escribió esas palabras en 1976 en el prefacio de su libro Let me be a woman [Déjame ser mujer]. Yo tendría once o doce años—seguro no más de trece—cuando lo encontré en el librero de mis padres. Era una edición en español por la casa editora Clie titulada Dejadme ser mujer, la cual está fuera de circulación—ni siquiera pude encontrar una foto por más que la busqué. Cada capítulo del libro es una carta que ella le escribió a su hija Valerie cuando iba a casarse, con temas como:
  • El Dios que está a cargo
  • Donde descansar tu alma
  • Un día a la vez
  • Autodisciplina y orden
  • Masculino y femenino
  • Te casas con un pecador
  • Sé una mujer real
No recuerdo específicamente qué me impresionó de ese libro, quizás todo era nuevo para mí; pero sí sé que a partir de esa lectura, el nombre de Elisabeth Elliot se convirtió en uno especial en mi vida. Ella escribía sobre lo que significa ser una mujer—cuya definición solamente la puede dar Dios, pues fue quien nos creó—, pero escribía de mucho más que eso: escribía de quien es Dios y de cómo esa realidad impacta cada aspecto de mi vida, ninguno se queda fuera. Y era evidente que ella amaba y conocía profundamente a ese Dios de quien escribía y quien es el centro de todo lo que sucede y de lo que hacemos. Sus escritos reflejaban una mente profunda, inquisitiva y reflexiva, sin dejar de ser sencilla, clara, directa y empática. Ella era una combinación poco común. 

Dios me ha bendecido con una familia y una iglesia en la cual he tenido muchas mujeres piadosas que se involucran o se han involucrado en mi vida; sin embargo, también me ha bendecido con una mentora a quien no conozco personalmente. Con el paso de los años tuve la oportunidad de leer algunos de los muchos libros de Elisabeth Elliot—escribió más de veinte—y mucho antes de que en las iglesias se hablara de lo que el Señor enseña acerca del discipulado y de la mentoría, ella fue una mentora y una maestra en mi vida. Y hasta el día de hoy lo es. 
Por la fe Abel ofreció a Dios un mejor sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó el testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y por la fe, estando muerto, todavía habla. (Hebreos 11:4)
Hoy hace cinco años que Elisabeth Elliot finalizó su peregrinaje en esta vida temporal e inició la plenitud de su vida cara a cara frente a su Salvador. Varios años antes de su muerte, ella había cesado su ministerio debido a su debilidad física y mental por su avanzada edad. No obstante, muchos seguíamos aprendiendo de ella acerca de nuestro Señor, de qué significa seguirle y amarle. Ella todavía hablaba y todavía lo hace hoy. 

Cuando pienso en ella, reflexiono acerca del legado ¿qué legado estoy dejando al pueblo del Señor? No me refiero escribir libros ni a hacer grandes contribuciones que me lleven a la fama, sino al impacto que tiene mi vida diaria, cotidiana y común, pero que afecta para Cristo o para este mundo a esta y a la próxima generación. Todos tenemos el mismo llamado que Elisabeth vivió: procurar—soltero o casado—ser un hombre o una mujer de Dios. Es un llamado a ser fieles. Cuando pienso en ella, veo a una mujer que fue fiel al Señor en todas las circunstancias que Él quiso traer a su vida—muchas de ellas muy difíciles—y que fue incansable en su proclamación de la verdad que solamente hay en Jesús.  

Y ese legado está estrechamente ligado a mi conocimiento del Señor Jesús, nuestro Salvador. Si no conozco al Señor a quien digo amar y servir, no conozco la verdad y no puedo hablarle a otros acerca de ella. Mi conocimiento del Señor impacta a Su pueblo para bien o para mal. Las palabras de Elisabeth estaban saturadas de quien es Dios y de lo que Él piensa sobre diversos aspectos de la vida porque ella amaba y conocía profundamente a su Señor. 

En el servicio memorial, su sobrino Peter deVries—a quien ella le escribió uno de sus libros—dijo: «somos personas diferentes y mejores por el gozo de haber conocido a Elisabeth Elliot». ¿Serán mi familia, mi iglesia y mis prójimos personas más amantes de Jesús por haberme conocido? Estando muerta, Elisabeth Elliot todavía nos recuerda el propósito para el cual fuimos creadas:
Somos mujeres, y mi petición es déjame ser una mujer, santa de la cabeza a los pies, que no pida nada sino lo que Dios quiera darme, que lo reciba con ambas manos y con todo el corazón, sea lo que sea.
Padre Celestial, haznos mujeres santas de los pies a la cabeza, que solteras o casadas seamos completa y evidentemente mujeres de Dios. Que impactemos con tu Verdad a Tu pueblo en medio del cual nos has colocado, y que sea Tu verdad que hable a través de nuestras palabras y de nuestras vidas durante nuestro tiempo aquí y aun cuando nos llames a tu presencia. 
Remind me of this with every decision
Generations will reap what I sow
I can pass on a curse or a blessing
To those I will never know. Generations 
[Recuérdame esto con cada decisión:
Generaciones cosecharán lo que yo siembre.
Puedo traspasar una maldición o una bendición
A aquellos a quienes nunca conoceré].  
 
Recursos de Elisabeth Elliot

En español
En inglés


Comments

  1. Beautiful, Massi. Gracias por ese recordatorio. Que nuestras vidas sean un vivo reflejo de Jesús.

    ReplyDelete

Post a Comment

Popular Posts

Suscríbete para recibir las publicaciones directamente a tu correo:

* indicates required