Entonces vieron al Príncipe

«Muere Ravi Zacharias a los 74 años» fue una noticia que me sorprendió esta mañana. No estaba al tanto de que el famoso apologista—evangelista como decía él—estaba teniendo problemas de salud y que en marzo se descubrió que tenía un tumor canceroso. Precisamente hace unos meses que me suscribí a su podcast Just thinking y lo escuchaba con cierta regularidad. Me maravillaba su mente brillante, sus argumentos profundos, compasivos y sobre todo bíblicos. También recuerdo que su libro El gran tejedor fue de estímulo y de impacto en mi vida, hace probablemente diez años. 

No obstante, lo que más me chocó esta mañana fue ese golpe con la realidad de la muerte, la inexorabilidad de ese tren que viene a toda velocidad hacia cada uno de los que hoy estamos respirando. Viene, no sabemos cuándo llegará a la estación, pero llegará. Recordé que Pablo llamó a la muerte «el último enemigo que será abolido» (1 Corintios 15:26) pues por la Caída, la muerte es el enemigo que siempre gana frente a nosotros, seres finitos. Pero solamente gana frente a nosotros porque la realidad es que ya fue vencida, frente a Jesús ya perdió su aguijón y será arrojada al lago de fuego (Apocalipsis 20:14). 

Y aunque los creyentes debemos pasar por ese «río profundo [que no tiene] ningún puente por el que cruzar»,1 ya desde aquí podemos gustar algo de las mieles de la derrota de ese enemigo final. Cuando entré a Twitter, algunas de las primeras publicaciones que vi relacionadas con la muerte de Ravi, colocaban fotos de él junto a su discípulo Nabeel Qureshi o con R. C. Sproul (ambos partieron a la presencia del Señor en el 2017). Me conmovieron y me parecieron hermosas. Recordé un fragmento de la última novela de Las Crónicas de Narnia de C. S. Lewis, La última batalla, cuando los protagonistas están entrando al País de Aslan:

Todos aquellos de los que hayas oído hablar (si conoces la historia de estas tierras) parecían estar allí [...] Y hubo saludos, besos y apretones de manos, y se revivieron antiguas bromas (ni te imaginas lo bien que suena un chiste viejo cuando uno lo vuelve a contar tras un lapso de quinientos o seiscientos años).2
Sí, tiene que haber sido una hermosa reunión, rebosante de verdadera comunión, amor puro y risas realmente plenas. 
No obstante, recordé que Ravi—y todos los que han partido y partiremos—esperaba otra reunión, un encuentro que hemos anhelado toda nuestra vida, el que más esperamos: estar con Jesús. Y vino a mi mente un fragmento de otra de las novelas de Narnia, La silla de plata. En él no está hablando de Aslan, sino de un príncipe perdido a quienes Eustace y Jill buscaban, pero ¿no es Jesús ese príncipe amado que anhelamos ver?:
Pero todas las voces callaron, sumiéndose en un silencio total, con la misma rapidez con que el ruido se apaga en un salón alborotado cuando el director abre la puerta. Pues entonces vieron al príncipe. 
 Nadie puso en duda ni por un momento quién era, pues había gran cantidad de bestias, dríades, enanos y faunos que lo recordaban de los tiempos anteriores [...] Sin embargo, creo que lo habrían reconocido de todos modos [...] había algo en su rostro y en su porte que resultaba inconfundible. Es la expresión que aparece en el rostro de todos los reyes auténticos de Narnia, que gobiernan por la voluntad de Aslan y se sientan en Cair Paravell en el trono de Peter el Sumo Monarca. Al instante, todas las cabezas se descubrieron y todos hincaron la rodilla en tierra; en seguida se produjeron grandes aclamaciones y gritos, enormes saltos y volteretas de alegría, y todo el mundo empezó a estrechar las manos de todo el mundo y a besarse y a abrazarse de tal manera que a Jill se le llenaron los ojos de lágrimas. Su misión había valido todas las penalidades padecidas.3
Asombro, reverencia, alivio, alegría sin clamor ni dolor creo que será algo de lo que experimentaremos cuando veamos el rostro de Jesús, nuestro Salvador, nuestro Hermano y nuestro Señor. Sí, la reunión con los que se fueron antes que nosotros será hermosa, inefablemente hermosa... pero ver a Jesús será... 
¡Esa será, gloria sin fin, 
gloria sin fin, gloria sin fin!
Cuando por gracia su faz pueda ver, 
¡esa mi gloria sin fin ha de ser!4
Quizá con nuestros cuerpos resucitados podemos hacerlo todo: abrazar y besar a nuestros hermanos, compañeros de milicia en el mejor reencuentro imaginable, y también contemplar con gozo inefable al que nos rescató con su vida, nos sustentó en cada paso y nos abrió las puertas a la verdadera vida. Mientras tanto, todavía con mi mente finita, imagino lo que sucedió cuando el hermano Ravi vio al Príncipe cara a cara. Y lo que será cuando yo también lo vea.  


1 Bunyan, John. El Progreso Del Peregrino. Whitaker House, 2013, p.211.
2 Lewis, C. S. “Capítulo 16: Adiós Al País De Las Sombras”. La Última Batalla, Harper Collins, 2005, p. 216.
3 Lewis, C. S. “Capítulo 15: La desaparición de Jill”. La Silla de Plata, Harper Collins, 2005, p.278-279.
4 Charles H. Gabriel, Oh that will be glory, pub.1900. Versión en español.

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